EL TÁXISTA POETA
El taxista poeta de cuando en cuando surge entre la gente, masa anónima un hombre que habla en verso que lleva en sí misma la rima una pequeña esencia de poesía. Se ha repetido el fenómeno del pastor poeta fenómeno raro pero comprensible en razón a sus circunstancias campos árboles rebaños esquílas ,puestas de sol y reflejos de Luna. Más he aquí una voz que brota sobre el asfalto a la sombra de un bosque de edificios cemento ladrillos estructuras metálicas inmerso en el rebaño rodante al ritmo de los tintes de colores rojo verde naranja bajo el reflejo de una luna hecha de vatios.
Sabemos que la circulación en la capital se hace anarquista. Los conductores encauzan la excitación hacia la violencia. El más templado deja su paso un enjambre de palabrotas -que dice y le dicen- de insultos familiares y es curioso que los máximos insultos que se le dedican a un hombre impliquen siempre a una mujer. Todo el mundo cree que conduce bien. Todos y cada uno por separado aseguran tener un unos reflejos rapidísimos, dominio del volante y conocimiento perfecto de lo que deben hacer. Son los otros los que conducen mal, cada uno de los otros. El embotellamiento, la rozadura , el golpe y el trompazo son causa de los defectos ajenos. Si alguna vez la evidencia del suceso no permite este tipo de defensa, se achaca la culpa al coche propio. Algo ha fallado: el freno, el acelerador, el encendido, en fin, uno cualquiera de los múltiples mecanismos que componen eso que se llama motor. El mal humor aumenta en calidad y cantidad. Sin embargo, hay excepciones, siempre hay excepciones. La que vamos a reseñar.
Fue como un regalo divertido y sorprendente. Fue el mejor regalo de mi vida onomástico y sucedió así: tomé un taxi, dije las señas y reanude el hilo de mis pensamientos. Al rato noté que el taxista farfullaba algo. Preste atención. Parecía recitar refranes, uno tras otro, sin pausas:
– “O apartas la carretilla o te juegas las costillas. Me voy a poner la gorra, que está el guardia de la porra”. Pero si no eran refranes, eran comentarios. Allí estaba el chico de la carretilla, que se había separado en el momento justo.
– Oiga, ¿es q usted habla en verso? Se volvió a medias, nos sonrío y respondió :
– “si la vida es una prosa hay que convertirla en rosa y hay que tomar esa rosa y nunca hablar de otra cosa”.
Rápidamente saqué las cuartillas y la pluma:
– ¿De dónde es usted?
– “para evitar empeño soy madrileño”
– ¿Desde cuándo versifica?
– “sigo este procedimiento desde que sirvo al Ayuntamiento. Me siento fuerte y prudente y trato bien al cliente.”
Entretanto rodábamos por el centro de Madrid. Era la una de la tarde. Coches, motocarros, motocicletas, luces, guardias, peatones que se ciñen como toreros, voces airadas.
– ¿Es que a usted no le afecta la circulación, no le pone nervioso?
– Para ver las cosas en su real tamaño llevó al servicio público sies años. Por eso trato a la vida con cautela y procuró conservar la clientela. Pensar en el camposanto causa siempre gran quebranto!
– ¿Es usted casado?
– sí y lo único que me impacienta es que enferme la parienta.
– ¿es suyo el taxi?
– ¡Ah! si lo fuera siempre sería primavera.
Paró el coche. Habíamos llegado. Releí lo escrito, garabatos con alzas.
– Soy periodista, ¿tiene inconveniente que publique esto, en que hables de usted?
Sonrío satisfecho, dio su conformidad con un gesto y añadió “menos mal que en vez de coger a un turista he cogido a una periodista y si fuera mi el coche estaría recitando hasta la noche”.
– ¿Tiene hijos?
– tres
– ¿Cómo se llama?
– Joaquín López.
– ¿Dónde vive?
– En Conde Duque 24.
Estas respuestas, lacónicas, fueron las únicas que dijo sin rima.
– Tres hijos, el taxi no es suyo y sin embargo…
Nos interrumpió: – “llevo repleto el bolsillo porque no me llamen pillo”.
Y al decirlo se golpeaba sobre el corazón.
¿De que llevaba repleto el bolsillo? ¿De qué bolsillo hablaba?, ¿No sería un símbolo intuitivo en el que le hacía señalar al corazón? De nuevo abriría la llave de su música, que rimaba la circulación, la gente, el tiempo, la vida,
– “… Y hay que tomar esa rosa y nunca hablar de otra cosa”.
¡Un taxista poeta aquí, en Madrid, ahora rodeado de conductores que gritan, que se enfurecen, que mientan a las familias respectivas, que disparan palabrotas! Si tuviera dinero –pensé- le compraría un taxi para que siempre fuera primavera en su vida. Pero hay “otros”, “otros” que tienen dinero, “otros” que conducen su vida sobre ricos amortiguadores que hacen muelle la Calzada. Si sólo hubiera uno…
“Si la vida es una prosa hay que convertirla en rosa y hay que tomar esa rosa nunca hablar de otra cosa.”